miércoles, 2 de abril de 2014

La fotografía de Javier Espinosa y el clímax de la realidad

La fotografía de Javier Espinosa recibiendo el abrazo de su hijo tiene música. Es el clímax de un drama, de una película que nos ha tenido en vilo durante más de seis meses. Él y Ricardo García fueron secuestrados el pasado 16 de septiembre en Tel Abyad. ¿Por qué? Por ser periodistas.

 Leía la historia del rapto y, permitan el intrusismo, me dio la sensación de que les daba igual. Bueno, nos daba igual. Quiero decir a la masa, en general. A la turba no le preocupa nada que no toque su bolsillo. Esa es, al menos, mi sensación. Porque, por más que miro a mi alrededor, no veo la emoción que merece un momento así. El instante que precede al abrazo de un hijo a su padre, devuelto a la vida. Es fulminante. Y no es un reality. Es realidad. Y los realities de falsos supervivientes son los que despiertan la lágrima de la gente. No la realidad. Ni mucho menos.

La imagen es tan poderosa: Javier, con los brazos en fuerza y los ojos entornados, conteniendo la lágrima que se deja ver en su sonrisa, cuajada por tanto tiempo en la sombra. El niño, volando como cuando jugábamos a los aviones, corriendo al encuentro de su padre… ¿Quién mira la fotografía y no imagina la cara de ese niño? ¿Cómo no ver el llanto, la euforia, el nervio, la esperanza?



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